La zambomba jerezana: ¿patrimonio o parque temático?
Las zambombas jerezanas son una de las tradiciones más auténticas y entrañables de la Navidad en nuestra ciudad. Lo eran, al menos, antes de convertirse bajo mi punto de vista, en un espectáculo desdibujado y comercial que dista mucho de sus orígenes humildes.
Como bien sabemos, la zambomba era un encuentro íntimo, casi familiar, donde vecinos y amigos se reunían alrededor de un brasero en los patios o en las casas de vecinos para cantar villancicos populares. Con letras cargadas de ironía y devoción, y acompañadas por instrumentos rudimentarios como la zambomba, panderetas, botellas de anís o almirez, se creaba una atmósfera realmente espontánea y ligada al sentido comunitario.
Hoy, sin embargo, las zambombas parecen haberse transformado en algo completamente distinto. Hemos visto cómo durante estos días, las calles de Jerez se han llenado de escenarios montados para visitantes, con barras atestadas y un ruido generalizado que poco tiene que ver con el canto tradicional.
Por supuesto, no se puede ignorar la importancia económica que tienen estas zambombas «modernas». Atraen turistas, llenan hoteles y restaurantes, y generan empleo en un momento clave para la economía local. Pero, ¿a qué precio? La mercantilización de la zambomba no solo diluye su esencia; también expone una contradicción entre el interés turístico y la preservación del patrimonio cultural.
Es necesario encontrar un equilibrio. Las zambombas tienen un valor que va más allá del dinero: son parte de nuestra identidad. Recuperar su esencia no significa renunciar al turismo, sino hacerlo compatible con el respeto por nuestras tradiciones. En una época en la que todo parece estar en venta, ¿no sería estupendo que la zambomba jerezana resistiera como un ejemplo de autenticidad y un pedacito de quiénes somos?